31 de marzo de 2010

El tercer género

Fuente: librodenotas.com

por Miguel A. Román

¿Cuántos géneros existen en la lengua castellana? Uno tiende a creer que este tipo de cuestiones, tras varios siglos de estudio y análisis de las estructuras y comportamientos del lenguaje, ya deberían estar bien resueltas y ser caso cerrado.

Las gramáticas tradicionales afirman con cierta contundencia que nuestro idioma únicamente dispone de dos géneros: masculino y femenino, para, a continuación matizar que hay algunos elementos de determinación neutra, especialmente al enfrentarse a la tozuda presencia del “lo” como artículo.

Quizá sería conveniente comenzar por recordar que el género es la variación gramatical que se asocia a una distinción en la naturaleza del elemento gramatical. Si bien las lenguas indoeuropeas únicamente utilizan la flexión en masculino, femenino y, en su caso, neutro, lo que responde a una aparente sexación de los referentes, otras lenguas amplían esta diferenciación a cosas animadas e inanimadas, reales o imaginarias, terrenales o espirituales, forma, tamaño, etcétera; así, algunas lenguas africanas diferencian hasta 14 géneros.

En español, el género es una propiedad inherente al sustantivo y, por extensión, a bastantes de los adjetivos y determinantes que le tienen por referente. En este sentido, ciertamente no existe en nuestro idioma ningún nombre neutro. Toda palabra que designe cosa, objeto o ser animado, abstracto o material, está marcado por el género masculino o femenino; por cierto, de forma un tanto aleatoria y muchas veces respondiendo a su ancestro etimológico.

Sin embargo, además del plano “material” que representan las palabras (digamos, un tanto impropiamente, “los significantes”) está el plano del significado. Y aquí es donde la cosa se complica.

Fijémonos en estas frases, con especial atención al pronombre utilizado al final:
Tenía una esperanza y se aferraba a ella.
Tenía una esperanza y se aferraba a ello.

En el primer caso, el referente del pronombre es el sustantivo “esperanza”, género femenino y pronombre concordante “ella”. Pero en la segunda frase el pronombre “ello” alude al sintagman nominal constituido por la oración “tenía una esperanza”, es decir, no refiere a un objeto sino a una situación o hecho, y la genética del lenguaje no ha decidido asignarle un género “sexuado” (pues tampoco utiliza “él”). O al menos no directamente, pues cuando sea necesario asignarle un adjetivo o predicado, aparece un masculino:
Tener una esperanza es maravilloso (nunca “maravillosa”).

Pongamos otro ejemplo:
Ese juguete es el que quiero para mi cumpleaños.
Esa bicicleta es la que quiero para mi cumpleaños.

Pero…
Ese juguete es lo que quiero para mi cumpleaños.
Esa bicicleta es lo que quiero para mi cumpleaños.

En los dos primeros ejemplos, los artículos “el” y “la” son utlizados para determinar a juguete y bicicleta respectivamente y concuerdan en género. Pero, en el segundo par de oraciones aparece el “lo”, sin marcar género. El sentido de las oraciones sugiere en el primer caso que el hablante refiere a un objeto concreto entre los de su clase y esta clase está marcada con género, pero al girar la frase al “neutro” está hablando de un elemento seleccionado entre un conjunto universal y es por esta universalidad que les despoja de su género. Queda más claro cuando la selección es de un elemento indeterminado, pero de clase concreta:
Lo que quiero es un juguete/una bicicleta.
No pudiendo, en este caso, expresarse nunca el género del objeto a través del artículo determinado (el/la) sino que se fuerza al “lo”. En el caso de que el sustantivo sea un infinitivo, ni siquiera va acompañado de artículo determinado o indeterminado: Lo que quiero es comer ya.

Algún autor ha propuesto que ese “lo” (seguido de “que”) es una forma pronominal (recordemos que “lo” es también un pronombre de género masculino), sin embargo, aunque la función aparente es pronominal, es decir, representa al sustantivo, el uso de artículo flexionado en género en las otras frases parece desmentir que el elemento “lo” sea ahí un pronombre masculino, sino un auténtico artículo neutro.

De hecho, la presencia de “lo” como artículo, es inevitable cuando el “sustantivo” no es un nombre sino un adjetivo, que siempre aparece en masculino (cuando lo tiene):
Lo bueno de Beatriz es su alegría.
Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Y lo mejor no ha llegado aún.

Podría resultar curioso que, en el primer caso, tanto Beatriz (nombre propio) como alegría (nombre común) tienen marca femenina; y sin embargo, el supuesto adjetivo que ejerce de sujeto figura en aparente masculino, dejando claro que es completamente independiente de ambos. ¿Es entonces realmente un adjetivo? ¿Está en masculino, o, como parecería sugerir su artículo, estamos ante un genuino sustantivo neutro? El hecho de que “bueno” como adjetivo acepte marcado femenino podría ser un argumento en contra de esa sugerencia, pero ¿y en las otras dos frases, donde ejerce de auténtico sujeto conceptual, sin intención aparente de unirse a sustantivo alguno? ¿Y en el caso del comparativo “mejor” que carece de marcación de género?

Similares ejemplos, no seré prolijo, podríamos construir con los demostrativos: esto, eso, aquello o con un pequeño grupo de cuantificadores que suelen ejercer de sustantivos y para los que, igualmente, no podemos determinar género, salvo que aceptemos que ejercen de neutros:

Esto es increible.
De eso prefiero no hablar.
Algo huele a podrido en Dinamarca.
Nada puede consolarle.

En definitiva, si bien es cierto que ningún nombre en lengua española puede adscribirse a un género neutro, parece obvio que lo neutro no es un concepto ajeno a nuestro idioma y que está bien representado en mecanismos consagrados por el uso.

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