12 de abril de 2007
El "europaio": un nuevo intención de unificación de idiomas para los europeos
Al inglés le sale competencia
Fuente: El Mundo
SE LLAMA europaio y es el enésimo intento de ahorrarle a la UE millones de euros al año en traducciones. Una nueva lengua, basada en el indoeuropeo, creada por extremeños. En Bruselas bastante tienen con contentar a las «víctimas» del inglés: alemanes, españoles, italianos...
Los creadores de esta lengua sostienen que, puesto que se basa en el antiguo indoeuropeo, le resultará familiar al 97% de la UE.
Las tripas de la UE suenan como si hubiera resucitado el propósito de edificar la Torre de Babel. Para hacerse entender, los 27 países constructores de la Unión han tenido que poner en pie el servicio de traducciones más grande del mundo: un ejército de 4.000 personas desplegado en los pasillos de Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo. Por ellos circulan el intérprete de español-polaco, de español-danés, de español-finés, de finés-estonio, de finés-búlgaro, de búlgaro-maltés... Así hasta completar las 506 parejas de traducción posibles que surgen por tener 23 lenguas oficiales. Ni la ONU, con seis idiomas de trabajo, le gana en poliglotismo.
A veces hay que esforzarse para tapar las grietas que ponen en peligro la compresión. Cuando en 2004 ingresó Malta -400.000 habitantes y ni una sola Facultad de Traducción en todo su territorio-, no hubo modo de encontrar intérpretes de su lengua y la Comisión tuvo que poner en marcha un curso urgente para formar al personal en el maltés. Sólo esta institución, la Comisión, generó 2.370.000 páginas traducidas en 2005, casi 6.500 folios al día. Los organismos europeos han tenido que proveerse también de sistemas informáticos y maquinaria de imprenta nueva cada vez que un alfabeto desconocido ha cruzado las puertas de la Unión. Sucedió con el griego en su momento y con el cirílico ahora que Bulgaria ha sido aceptada como miembro.
Todo este alambicado sistema de comunicación conlleva una factura igualmente escandalosa. Los datos más recientes, de 2005, hablan de 1.123 millones de euros invertidos en traducciones e intérpretes a lo largo de ese año, lo que supone un 1% del presupuesto total de la UE, 2,28 euros por habitante. Hablando en castellano, uno de cada 100 euros que sale de la caja europea es destinado a que los 27 puedan descifrarse entre sí. Cada vez que se incorpora una lengua, la UE tiene que sumar a la partida de traducciones 25 millones de euros más.
Con estos apabullantes datos sobre la mesa, Carlos Quiles comenzó a rumiar la idea de engendrar un idioma común que aliviara el peso económico de tanta traducción y diera a la UE la identidad lingüística de la que cojea.
El europaio -como ha bautizado provisionalmente a la lengua que está a punto de alumbrar- podría ser el cemento que terminara de solidificar los cimientos de la Unión. Su razonamiento a priori no está exento de lógica: «Salvo Finlandia, Hungría y Estonia [unos 17 millones de habitantes], el resto de los europeos, el 97% de la población, habla algún idioma derivado del indoeuropeo, ¿por qué no recuperar esta lengua madre, culturalmente neutra y común a todos?».
LINGÜISTA AUTODIDACTA
Dicho y hecho. Hace más de dos años que este extremeño, sabio con 25 años, lingüista autodidacta, aparcó los tochos de la carrera de Derecho -y no precisamente por malas notas- para liderar la aventura de resucitar el indoeuropeo. Dejó Madrid, sentó el cuartel de operaciones en su Badajoz natal y se hizo rodear de una filóloga española, un filólogo inglés y una documentalista dispuestos a arrimar el hombro.
Primero crearon Dnghu -«lengua» en europaio-, un organismo con vocación internacional cuya misión es promover la lengua y la cultura indoeuropeas. Estuvieron meses dejándose las pupilas en los escasos diccionarios de indoeuropeo que guardan las bibliotecas y traduciendo al europaio términos inexistentes por su modernidad, como guerra o economía. El fruto de tantas horas hincando los codos puede verse en su página web donde cuelga ya un diccionario traductor, elaborado por ellos mismos, y la primera versión de la gramática del indoeuropeo, que ahora revisan atendiendo a las sugerencias que filólogos de otros países les hacen llegar vía email.
En mayo pasado, jaleado por la concesión al europaio de uno de los premios del concurso Empresas de la Sociedad de la Imaginación, organizado por la Universidad y la Junta de Extremadura, Carlos Quiles se animó a escribirle a Jan Figel, responsable de la política lingüística de la UE. Le respondió el secretario del eslovaco aplaudiéndole el proyecto pero advirtiéndole que la UE caminaba en sentido contrario, hacia la pluralidad lingüística. No contento con el «no nos interesa» europeo, Quiles se puso después en contacto con Zapatero. En su correo electrónico le contaba que el indoeuropeo, del que también provienen algunos de los idiomas de las naciones árabes, le vendría como anillo al dedo a su Alianza de Civilizaciones. Hace dos semanas le llegó la contestación de su Gabinete: «Agradecemos su interés, nos parecen bien las iniciativas que acercan culturas, siga trabajando...».
Carlos Quiles se sabe un David contra Goliat. Es consciente de que la adopción de una lengua común no entra en los planes de la UE. Idiomáticamente hablando, los 27 llevan años manteniendo un tira y afloja porque sus lenguas ganen, o no pierdan, peso frente a otras.
El pulso lingüístico se juega en dos divisiones. En la primera están el inglés, el francés y el alemán junto al español, el italiano o el portugués. El inglés, que se ha convertido de facto en la lengua franca de la UE, esgrime su peso mundial para imponerse. El suizo François Grin, especialista en Economía Lingüística, publicó en 2005 un informe donde subrayaba que Gran Bretaña, gracias al predominio de su lengua, ingresaba entre 17.000 y 18.000 millones de euros anuales provenientes entre otros apartados de la necesidad del resto de aprender inglés.
Los alemanes por su parte argumentan que sus 90 millones de habitantes deberían de tener más valor que los 63 británicos. Y España y Portugal echan mano de los 300 y 180 millones de hablantes que respectivamente suman en América. La pugna ha dado lugar a más de una situación cómica, como la anécdota protagonizada por Finlandia en septiembre pasado. Ante la queja alemana porque en su web los comunicados sólo aparecían en inglés y francés, los finlandeses respondieron publicando un boletín de noticias en latín.
CATALÁN, VASCO...
La pelea de las lenguas sin Estado, como el catalán, el vasco y el gallego, es otra bien distinta: hacerse un sitio entre las oficiales, lo que enredaría aún más el galimatías. En junio pasado, las lenguas autonómicas españolas, sin llegar a ser oficiales, consiguieron un mínimo reconocimiento legal. Pueden usarlas todos los ciudadanos que se dirijan por escrito a la UE y también los políticos, pero éstos sólo en sus intervenciones orales y si lo solicitan con siete semanas de antelación. A todos se les responde en castellano y los gastos de traducción, 1,5 millones de euros al año, corren a cargo del Gobierno Español. El último desencuentro está aún fresco, el 20 de marzo pasado, cuando el Parlamento europeo se negó a tramitar las preguntas en catalán que habían suscrito eurodiputados del PSOE, CIU, ICV y ERC.
«La UE vive una guerra de idiomas que se disputan el poder. ¿No sería mejor crear una lengua común que contenga las características de todas y cada una de las existentes actualmente?», insiste Quiles.
Pese a su entusiasmo, su propuesta no ha sido muy bien acogida por los expertos consultados por Crónica, quienes coinciden en señalar que el indoeuropeo propiamente dicho es irreconstruible. «Presuponemos que es la lengua de la que proceden gran parte de las lenguas europeas y de Asia Occidental pero no sabemos cómo era. Del indoeuropeo tenemos un conocimiento muy general y rudimentario en ningún caso suficiente ni para hablarlo ni para traducir un texto. Nunca fue escrito, no hay literatura de él...», explica Francisco Villar, catedrático de Lingüística Indoeuropea en la Universidad de Salamanca, quien, de tener que recurrir a una lengua muerta para la UE, se decantaría por el latín.
«Aparte de ser un invento», lo refrenda José Antonio Pascual, Lingüista y académico de la Real Academia de la Lengua, «no hace falta ser un gran sociolingüista para darse cuenta de que no dará resultado. ¿Cómo logramos convencer a 500 millones de personas para que lo adopten? Como mucho, reunirá un grupo de bienintencionados como sucedió con el esperanto».
A las críticas, Carlos Quiles responde diciendo que aunque el indoeuropeo puro no pueda ser recuperado, sí es posible aprovechar las claves que se conocen de él para resucitarlo en versión modernizada. «¿Si se hizo con el hebreo por qué no con el indoeuropeo?», pregunta.
El hebreo, al que se refiere, estuvo restringido al uso litúrgico y literario desde el siglo I a. C hasta que en 1881 Eliezer Ben-Yehuda llegó a Israel. El lituano, estudioso de la Torah, se propuso convertir a sus hijos en los primeros hablantes modernos del hebreo y los crio exclusivamente en esa lengua, acuñando palabras nuevas para nombrar a objetos intraducibles como bicicleta o helado. Su pasión por el hebreo coincidió con el surgimiento de un grupo de jóvenes fervientes que encontraron en la lengua un símbolo nacionalista y la hicieron suya. Las autoridades del mandato británico acabaron reconociendo al hebreo como lengua oficial de los judíos de Palestina en 1922.
El europaio, que querría ser el hebreo del siglo XXI, no es la única lengua que se ha presentado a UE como solución a sus problemas de entendimiento. Aparte de latín -«sólo se sentirían identificados con él los países de la cuenca Mediterránea y está muy ligado a la Iglesia Católica», dice, descartándola, Carlos Quiles-, está el esperanto. Ideado en 1887 por el oftalmólogo polaco Ludwik Zamenhof con vocación de idioma universal, cada año se publican cientos de libros, discos y películas en esperanto y los más optimistas dicen que tiene dos millones de hablantes en el mundo.
Más insólito es el híbrido europanto, creado en 1996 por el italiano Diego Marani, traductor del consejo de la UE en Bruselas y firme opositor a la supremacía del inglés en la Europa de los 27. El idioma de Marani es una especie de spanglish pero a lo europeo, un cóctel lingüístico resultante de mezclar un 42% de inglés, un 38% de francés y un 15% de las restantes lenguas de la UE. Lo más lejos que ha llegado el europanto es a Nueva York, donde cobró vida en una obra teatral.
El europaio, de momento, se publicita sólo en foros de Internet y en Second Life. Quiles se ha introducido en este mundo virtual para hacer que su alter ego se pasee con este cartel: «Revival indoeuropeo». «Resurreción para el Indoeuropeo».
Una reflexión de
De traducciones y otras rarezas
a las
10:07
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2 comentarios:
Dice la leyenda vasca que el idioma que existía antes de que dios se enfadase y nos diese diferentes idoma para no entendernos era el Euskera. Por eso que no se ha encontrado una procedencia exacta. Por qué no volvemos a los origenes y aprendemos todos Euskera.
Saludos y enhorabuena por la página
Yo,por lo menos,no aprendo euskera porque es muy difícil,y,aunque tenga antecesores vascos,no he conocido a ninguno que me lo enseñara.
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