13 de julio de 2008

1 autor, varios traductores

Fuente: http://www.elpais.com/articulo/semana/Servidos/rebajas/elpepuculbab/20080712elpb\abese_11/Tes/

Coautores

En mis tiempos de editor, que a veces me parecen anteriores a la
deriva de los continentes, no se solía trocear la traducción de una
misma novela encargándosela a tres personas: se daba por hecho que un
texto unitario traducido por un solo individuo tenía más posibilidades
de respetar las peculiaridades del original. Hoy los tiempos han
cambiado, y, al parecer, la prisa o la codicia han hecho obsoleta
aquella norma no escrita. Me he encontrado con un ejemplo de ello en
una novela publicada recientemente por Seix Barral, un sello
prestigioso. Pero es algo que ocurre con cierta frecuencia. Siempre he
considerado que el buen traductor es el coautor del libro en la lengua
de llegada, lo que conlleva dos enormes responsabilidades: la del
propio traductor y la del editor que lo contrata. En este país
contamos con excelentes traductores, pero el intrusismo y la
hipertrofia de la oferta han producido cierta trivialización del
oficio entre los menos escrupulosos de ambas partes. Salvo
excepciones, el salario de los traductores ha permanecido próximo a la
congelación en las últimas dos décadas: las tarifas que algunos
editores ofrecen a los traductores de inglés o francés no están muy
lejos de las que se pagaban en la década de los noventa. Claro que si
un buen traductor rechaza aceptar sueldos de miseria o ridículos
derechos de traducción, el editor oportunista levanta la
correspondiente piedra y -¡sapristi!- aparece una docena de
aficionados dispuestos a decir que sí a esas mismas condiciones con
tan desbordante entusiasmo como (en general) escasa competencia. Por
eso uno se encuentra a veces con traducciones que venga Dios y las lea
(y que nadie en la editorial se ha tomado la molestia de revisar). El
darwinismo del mercado editorial ha provocado que los traductores
sean, de todos los profesionales de la cadena del libro, los que menos
han disfrutado del crecimiento de la tarta en años pasados: incluso
algunos de los mejores han terminado desertando, cansados de esperar
reconocimiento tangible para su trabajo. Recuerdo que una excelente
traductora de Henry James me decía hace tiempo que ganaba más
traduciendo un folleto para una multinacional que una novela de
mediana extensión para una editorial importante. Todo lo anterior
viene un poco a trasmano, aunque esté relacionado con dos recientes
libros que he manejado estos días y que no deberían faltar en el fondo
de biblioteca de todo buen traductor: Decir casi lo mismo, de Umberto Eco (Lumen, traducción de Helena Lozano), que recoge diversos textos
del semiólogo italiano en torno a "la experiencia de la traducción", y
La traducción de la A a la Z (Berenice), un interesante glosario
recopilado por Vicente Fernández González, un profesional que enseña y
reflexiona sobre un oficio al que usted, improbable lector/a, y yo
debemos momentos inolvidables.